El boca a boca es a veces un método mucho más efectivo que las agresivas y caras campañas de marketing, sobre todo en círculos reducidos como el de los adeptos de la literatura de género, que se fían más de la opinión de un librero que de las críticas y reseñas de los periódicos. Si además en el reverso del libro aparecen alabanzas de algunos de los mejores escritores patrios del género sabes del cierto que vas por el buen camino. Así acabé dando con La polilla en la casa del humo de , una novela de gran poder subversivo que se cimenta en una prosa directa y contundente. Bienvenidos al subsuelo, al submundo oscuro y cruel donde habitan los horrores. Un aviso: quizás muchos de vosotros no estéis preparados para asimilar lo que os espera.
El autor nos sumerge en un inframundo donde los humanos malviven hacinados en cuevas y nichos formando grupos que se asemejan a familias. De la superficie y sus condiciones de vida poco se sabe, pero aún así sigue siendo una utopía, el objetivo de muchos desafortunados. Veintiuno vive con un padre, unos hermanos y una hermana, Ancas. El joven está en una edad en la que ya no es un niño pero tampoco un adulto cien por cien productivo, razón por la que todavía no ha sido requerido para trabajar en las minas. En las entrañas de esa tierra maldita se pueden hacer pocas cosas para ganarse el pan de cada día; y la extracción de mineral es una de ellas.
El inframundo está poblado por seres malignos y deformes, es el hogar de los desheredados. Mientras su cuerpo no sea reclamado por el dios mecánico Veintiuno sigue siendo libre. Y se aburre, así que decide explorar nuevas vías: deambula con sus amigos, masca hongos, fuma pipas de bok y bebe leche agria. Colocarse en la casa del humo es uno de sus pasatiempos favoritos, una forma de olvidar que vive en un mundo miserable. Bajo los efluvios de las drogas el joven vislumbrará un mundo mejor, una tierra que tan solo han visto viejos locos como Uñas. A partir de entonces esa pasará a ser su única meta.
como escamas pálidas. Algunos follaban
en los rincones, con la misma gula y
violencia con que se arañan y muerden
y lamen sus heridas. No había
ningún placer en ello.
¡Bienvenidos al infierno en la tierra! El autor nos traslada a un mundo plagado de pesadillas. Su prosa, contundente y directa, no escatima en lenguaje soez, mutilaciones, descripciones de efluvios corporales y altas dosis de violencia. No es un libro apto para lectores remilgados. urde con maestría su mundo alternativo: una distopía macabra, una especie de Metrópolis de muy pasada de rosca, inhumana y brutal, que elimina cualquier rastro de belleza y humanidad de la que hacía gala el clásico del expresionismo alemán. No es una lectura fácil ni cómoda, pero posee una fuerza visual asombrosa.
En las profundidades de estos agujeros inmundos los individuos se desprenden de todo lo que les humaniza y acaban siendo poco más que gusanos ciegos y ávidos de poder, sanguijuelas supurando mala sangre. La pérdida de la condición humana es un tema recurrente en la literatura pero el autor lo trata aquí con una viveza y una dureza poco habituales. La novela se lee de una sentada y se disfruta, sobre todo por ese riquísimo (a la par que oscuro) aspecto visual, pero quizás se quede corta en el desarrollo de la historia. Puede, además, llegar a saturar con tanta violencia y con tanto tema escabroso. Pero Veintiuno no ha escogido el lugar en que le ha tocado vivir, de modo que su única escapatoria (y la vuestra) es seguir adelante y llegar hasta la página final.
170 páginas
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