19 sept 2014

La ciudadela y la montaña

autor: Alberto Morán
edición: Kelonia (2012)


Nunca he sido muy fan del estilismo en la narración si bien en ocasiones lo he elogiado si considero que aporta valor extra a la obra. De todas formas sigo creyendo que lo más importante en una novela es su fluidez narrativa. Un texto literario debe conducir al lector a través de la trama, acompañarlo en su travesía de principio a fin para implicarlo y dejarle (a poder ser) buenas sensaciones una vez finalizado. Cuando en este tránsito se interponen múltiples impedimentos la tarea de lectura se vuelve tediosa, y esto es lo que me ha pasado con “La ciudadela y la montaña” de Alberto Morán.

Sinopsis:

Tal y como indica el título la trama se divide en dos partes: la que afecta a la parte de la ciudadela y la que sucede en la montaña. En lo referente a la primera el relato se inicia presentando al alférez Kaelan Eranias. Kaelan es un combatiente esidio de la ciudadela y forma parte de la alianza que forman las tres naciones (Esidia, Thorar y Ara), un pacto que se hizo en su momento para derrotar al emergente estado militar de Kara. Personaje recto y noble, su labor siempre se encamina a mantener el orden en el mundo convulso que le ha tocado vivir. Instruído en las artes militares no se siente cómodo en las lides e intrigas políticas que rodean a la alianza de las tres naciones, pero el destino le implicará directamente en esta contienda y deberá mediar entre el talante batallador y agresivo de los thorenses y el carácter reflexivo, no exento de mezquindad, de los arenses.

Todo ello bajo el amparo de la Ciudadela, una curiosa ciudad flotante de la que poco se sabe pero que se ha convertido en el arma militar definitiva, capaz de arrasar una ciudad entera como Hasendar, último bastión de Kara. Una vez comprendido el poder mágico que reside en el centro de este artefacto volante las intrigas políticas están encaminadas a obtener el control absoluto del mismo para poder así someter al resto de países con su inmenso poder.

Por otro lado tenemos a Tobías, un personaje atormentado por sus pérdidas en el pasado. Junto al librero Helmont y a Mirias, un misterioso personaje sobre el que se arrojará algo de luz, serán los encargados de presentarnos la región de los Picos Negros, una vasta zona inhóspita y desconocida donde habitan antiguas tribus. En el pico más alto de esta cordillera está la montaña, donde reside el Rey Trasgo, un ser oscuro que es el reflejo de la parte tenebrosa del alma humana. Desde su ‘trono’ de piedra el gran trasgo se dedica a observar los acontecimientos, convencido de que la condición humana juega a su favor en los hechos que han de acontecer.

Opinión:

Lo mejor de esta novela es, sin duda, el aspecto visual, el decorado de fantasía que rodea a toda la trama. Así pues animales y seres mitológicos como grifos, pegasos, centauros,… vagan a sus anchas por este vasto orbe y lo comparten con otros monstruos ideados por el propio Alberto Morán. Además encontramos a hombres y trasgos, cuya innegable estética nos trae reminiscencias al “Señor de los anillos” y demás obras del género. Y por encima de todos la ciudadela, un interesante elemento que actúa como nexo vertebrador de la trama pero que ya habíamos vislumbrado antes en el contexto de “Laputa”, la maravillosa película de animación de Hayao Miyazaki.

La ciudadela ya la habíamos visto antes bajo el prisma del maestro Miyazaki.

La narración de la misma ya es otra cosa. La estructura en micro-capítulos con cambios de personajes y constantes saltos en el tiempo no permite relajación alguna. El lenguaje es excesivamente pulcro, cargado de detalles e información, sin respiro alguno ni guiños al lector; si bien al principio resulta reconfortante conocer todos los datos a medida que avanzamos en la novela nuestra labor se vuelve tediosa y la inmensa cantidad de información (a veces innecesaria) no hace sino lastrar la lectura. La introducción de un nuevo estilo narrativo (el modo de diario transcrito) solo consigue descolocar aún más al lector. Debo reconocer que pocas veces me había resultado tan costoso leer apenas trescientas páginas que son las que tiene el libro. Y es que resulta desesperante ver que la trama avanza sin visos de llegar a un clímax narrativo o conclusión alguna.

El desarrollo de personajes también me ha dejado frío. Kaelan es un carácter bien elaborado, con profundidad y sustento en la novela, pero el resto se me antojan superficiales. Apenas se logra indagar en su subconsciente y cuando se hace no aporta los matices necesarios. Presentar a un personaje como Mirias supone que en algún momento este debe desarrollarse y aportar algo al argumento, pero vemos con asombro como lo hace tan solo al final de la trama y de refilón, cortando así de raíz un buen hilo argumental. Claro está que se espera continuidad en posteriores libros, pero se echa en falta mayor presentación de los que están llamados a ser protagonistas principales en un futuro.

Quizás no he sabido adaptarme al tempo con el que Alberto Morán ha querido dotar a la novela, un ritmo pausado y sosegado al principio, lleno de flashbacks que buscan asentar a los personajes en su situación actual, pero que llegado un punto se desencadena con demasiada premura, dejando al lector a medias. El hastío que puede llegar a suponer la primera parte de la novela se ve reforzado con un final abrupto y poco agradecido para el lector. Quizás mis expectaciones fuesen demasiadas tras leer las excelentes opiniones leídas en Amazon, o quizás fuesen excesivas las fantasías que me evocaron la maravillosa ilustración que Bárbara Hernández hizo para la portada. La cuestión es que sin desmerecer el trabajo que todo escritor realiza para la creación de su obra y el excelente trabajo que la editorial Kelonia ha hecho “La ciudadela y la montaña” me ha supuesto una enorme decepción.

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